Educación y trabajo: ejemplos para apuntalar el debate desarrollista
Un proyecto presentado por la empresa de aceros Gerdau en su debut en ExpoAgro permite trazar algunas necesidades y fantasmas históricos de la socioeconomía local. La palabra del director de la compañía a Conclusión.
- Conclusion TV
- Mar 22, 2018
Por Facundo Díaz D’Alessandro (enviado especial a San Nicolás)
Trabajo y educación son dos variables (y conceptos) envolventes que se retroalimentan para cernirse sobre la eterna utopía argentina, postergada de generación en generación: alcanzar el desarrollo económico.
Además de la lógica necesidad de una acertada política económica que apunte en esa dirección en temas coyunturales de la macro y la micro economía, esos dos campos representan la clave para encarar esa panacea colocada siempre en el largo plazo.
Claro que asistir a quienes no tienen nada es priotario y el Estado debe hacerse cargo, pero entregarse eternamente a esa solución sin apostar a un desarrollo integral de las clases populares es no sólo un suicidio sino una apuesta explícita por la política del descarte social.
Teniendo esto presente, hay dos fantasmas (entre otros) que amenazan esas dos variables fundamentales: el escaso acceso a la educación superior (sobre todo universitaria) de los sectores vulnerables y el desnivel existente entre población de carreras y necesidades del mercado laboral; y la eterna sombra de la automatización de tareas como amenaza al mundo del empleo.
Estos tópicos se colaron en un rincón de la ExpoAgro 2018, en medio de la ampulosidad de la maquinaria agrícola, las pick-ups y los chacinados de primera calidad.
Pensando en Acero
En su primera participación en «la gran muestra del campo», la empresa de aceros Gerdau, radicada en Pérez, presentó el proyecto «Pensando en Acero» dirigido a los estudiantes de ingeniería civil de todo el país, cuyo anteproyecto ganador comenzará a materializarse en enero de 2019.
A través de un acuerdo con las ONGs Ingenierías sin Fronteras y la Asociación Nacional de Estudiantes de Ingeniería Civil (ANEIC), se lanza un concurso nacional para estudiantes de esa rama, quienes tendrán la oportunidad de llevar a cabo un anteproyecto basado en la presentación de una obra y cuyo beneficiario será la Fundación Si, que promueve la inclusión social de los sectores más vulnerables.
Es difícil ponderar lo valioso que puede ser para un joven de bajos recursos poder desligarse de, por ejemplo, tener que elegir entre comer y pagar un apunte, o acceder a una vivienda universitaria y la potencia que tiene tanto para él/ella como para la comunidad que habita, a la que en general deciden volver recibidos y ayudar en la dignificación de las condiciones de vida.
Esto se suma a los trabajos de remodelación encarados en la Escuela Técnica de Pérez, financiados por Gerdau como incentivo para generar profesionales necesarios tanto para su rama productiva como para la región.
En tal sentido, el Director de Gerdau para Argentina y Uruguay, Fernando Lombardo, contextualizó el proyecto: «Pensamos en Argentina en el largo plazo, seguimos apostando en educación, nuestros proyectos llevan 10 años ya, ayudando en colegios de la zona de influencia donde estamos instalados, aportando infraestructura».
«Ahora sumando también residencias universitarias y uniendo eso con proyectos que incluyen acero para abarcar a estudiantes de ingeniería, es un trabajo continuo y sostenido y lo vamos a seguir haciendo», agregó el CEO de la principal acería de la región.
Debate antipático pero necesario
Esto conduce a resaltar otra realidad que es la necesidad imperiosa de ingenieros que hay en el mercado laboral, por lo cual el fomento a ese tipo de carreras es también un impulso virtuoso.
Según datos de la Secretaría de Políticas Universitarias, se reciben alrededor de 8 mil ingenieros por año contra los 34 mil de abogacía, sociales y psicología. En especialidades como hidráulica, metalúrgica, nuclear o minera, no alcanzan el centenar de egresados anuales.
Si bien no está en duda que las ciencias sociales son imprescindibles como fuente de conocimiento y elemento contributivo para el desarrollo productivo, es una realidad que faltan ingenieros e informáticos así como que falta trabajo para psicólogos, licenciados en comunicación social o administradores de empresas.
Un país que pretende impulsar su industria y alcanzar cierta autonomía de conocimiento necesita más ingenieros e informáticos por lo que debe plantearse debates respecto al establecimiento de ciertos cupos e incentivos en algunas carreras, una discusión controversial y antipática, pero necesaria.
¿El fin del trabajo?
Por último, la presentación del proyecto también disparó otra discusión no tan presente en ExpoAgro y tiene que ver con la denominada “tercera (¿o ya cuarta?) revolución industrial”, que incorporaría no sólo internet y digitalización de tareas sino hasta inteligencia artificial o redes neuronales a los sistemas de producción.
Según dijo Lombardo a Conclusión, desde la compañía resaltan la necesidad de “valerse de la mejor tecnología disponible en términos de automatización, para garantizar la mayor seguridad para quienes trabajan en la planta así como para ofrecer productos de máxima calidad”.
“Es un factor clave para de mejorar la productividad interna, así como para dinamizar la relación con los clientes”, afirmó el ejecutivo.
Desde su irrupción, lejana ya en el tiempo, las “máquinas” despertaron fascinación y temor debido a la hipótesis que señala que vienen a reemplazar y desplazar la tarea humana, no para dedicarla al confort sino al abandono.
Lo cierto es que el trabajo, en general, luego de cada “revolución industrial” no disminuyó sino que aumentó: las fuerzas que caían eran reabsorvidas y aumentadas por las ramas generadas. Sucedió con trabajos industriales reemplazando agrícolas y con los servicios reemplazando industriales, y otros etcéteras.
Claro que esas transiciones no son automáticas y requieren atención y asistencia por parte de los gobiernos y quienes tienen la capacidad de influir en el mercado del trabajo, piedra basal para el crecimiento socioeconómico, sin soslayar el factor humano, quizás a esta altura la última barrera que las máquinas intentan y no pueden flanquear.