El Papa Francisco presidió este sábado 29 de junio, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, la misa en la Basílica de San Pedro en la que, cómo es tradición, bendijo y entregó a los 42 nuevos arzobispos metropolitanos de los cinco continentes el recibieron el palio arzobispal, ornamento distintivo de los metropolitanos. 

En su homilía, el Santo Padre nos invitó a mirar a los dos apóstoles e inspirarnos en su historia. Al proponer meditar sobre las puertas que se abren en la historia de Pedro y Pablo, el Santo Padre se centró particularmente en la imagen de la puerta, seis meses antes de la apertura del año jubilar.

El Sucesor de San Pedro reflexionó sobre la imagen de las «puertas»: las puertas que se abrieron cuando Pedro fue liberado de prisión, y las puertas metafóricas que se abrieron para Pablo cuando se convirtió en el camino a Damasco y más tarde cuando se abrieron las puertas de la evangelización.

Tanto para Pedro como para Pablo, el encuentro con el Señor fue «una verdadera y propia experiencia pascual; fueron liberados: ante ellos se abrieron las puertas de una nueva vida».

El pontífice, al explicar la primera lectura, recordó que la liberación milagrosa de san Pedro evoca la experiencia de la Pascua: «El relato es el de un nuevo Éxodo. Dios libera a su Iglesia, libera a su pueblo encadenado y se revela nuevamente como el Dios de la misericordia que sostiene el camino».

También la conversión de Pablo es, ante todo, una experiencia «pascual», afirmó el Papa. El encuentro con Cristo crucificado cambia a San Pablo. «Pero esto no conduce a una religiosidad consoladora, encerrada en sí misma, como nos proponen hoy algunos movimientos de la Iglesia, una espiritualidad de salón», afirmó el Papa. Al contrario, «el encuentro con el Señor enciende en la vida de Pablo un ardiente celo por la evangelización».