LUNES, 25 DE NOV

“Antes opinábamos a través de nuestro entrevistado”

Walter Operto reporteó a Rucci 72 horas antes de su muerte. Y descubrió que el Che no había muerto en combate. Por Bruno Bettiol, en El Ciudadano. 

Walter Operto tiene su página en la historia del periodismo argentino. Publicó la última entrevista al sindicalista José Ignacio Rucci 72 horas antes de que lo mataran, y siguió la historia del temible hampón Miguel “El Loco” Prieto desde la sección Sucesos de la revista Así. Pero uno de sus mayores hitos periodísticos fue viajar en 1967 como corresponsal a Bolivia cuando mataron a Ernesto “Che” Guevara. Allí, libreta en mano, hizo un trabajo de campo ejemplar, entrevistó soldados y médicos y echó por tierra la versión oficial que afirmaba que el Che había muerto en combate. Escribió su crónica en el vuelo de regreso, y al poco tiempo el mundo supo que el Che había sido capturado vivo y luego fusilado.

Este martes, a las 11, Operto será homenajeado en el Palacio Vasallo como “periodista y artista distinguido” de Rosario en reconocimiento a su trayectoria y aporte a la cultura de la ciudad, por iniciativa de los concejales Carola Nin y Osvaldo Miatello. Con esa excusa, El Ciudadano tocó la puerta de su casa de barrio Abasto y, entre libros y cafés, el memorioso cronista habló sobre lo que más le apasiona: política, teatro y, sobre todo, periodismo.

Al hombre estos actos protocolares no le gustan mucho, pero tampoco reniega. “Me agarraron con las defensas bajas, fue una sorpresa”, bromea Operto sobre la distinción oficial. “Hace unos años me quisieron dar como una especie de Ciudadano Ilustre. «¡Pero si acaban de declarar Ciudadano Ilustre al Che! ¿Me van a declarar también a mí?», dije en aquel momento”. El Concejo votó de forma unánime la distinción. “Sí, hasta el PRO”, se ríe.

Operto siente nostalgia por las máquinas de escribir y las redacciones. Pero de alguna forma no abandonó el oficio. “Es fácil informarse hoy. La gente está muy informada a través de las redes, a través de la tele; hay como una sobrecarga de información. Lo que no significa en absoluto que estemos bien informados”. Para el hombre, es ese “pantano” de sobreinformación lo que lo fuerza a volver ejercer el periodismo: “A veces paso horas en las redes contestando esto y lo otro, o dando una mirada distinta, o peleándome”.

Desde el living de su casa, rodeado de libros, habla sin tapujos de lo que considera “corrupción mediática” y la proliferación de supuestos colegas que tergiversan el oficio: “En la época en que yo empecé a hacer periodismo, la opinión en radio o prensa escrita tenía especialistas. Estaban los editorialistas; los periodistas no opinábamos. O en todo caso opinábamos a través de nuestro entrevistado. Si yo elegía entrevistar a (Agustín) Tosco y no elegía entrevistar a (Lorenzo) Miguel estaba tomando una posición, le estaba dando un espacio político para que Tosco desarrolle sus ideas. Pero hoy cualquier cacatúa –diría el tango– opina”.

De espías y operetas

El anecdotario viaja al pasado y vuelve al presente. De hablar calmo, el veterano cronista memora un episodio de con un sujeto de los “servicios”: “Hoy está lleno de operaciones muy sucias. Ojo, en mi época había operadores. En la década del 60 siempre nos visitaba en la revista Así y en el diario Crónica un personaje pintoresco, discepoleano, el Capitán Gandhi –no se sabía su nombre–. Era el que traía las carpetas de los servicios de inteligencia contra una persona, contra un político. Había diarios que compraban todo eso. Hoy los capitanes Gandhi siguen, como Stiuso, pero operan a través de políticos, senadores y diputados”.

El policial y la fuente

“El primer dato llegaba siempre a través del departamento de prensa de la Policía, pero nosotros lo tomábamos con pinzas. Sabíamos que era una información que había pasado por distintos filtros y se daba de una manera muy simple, muy primaria, con errores que llevaban a la confusión rápidamente. Por ejemplo, llegaba un parte que decía que hubo un tiroteo y hay delincuente muerto, y se tomaron las huellas digitales para llevar al laboratorio de la Policía Federal para identificarlo. ¡Y si no fue identificado, cómo saben que era un delincuente!”. Aquí Operto aprovecha para arremeter contra el extendido uso del término “ajuste de cuentas”, un vicio habitual del periodismo: “Eso es no decir nada, es proteger un delito, lavarse las manos”.

El teatro, Borges y la izquierda

Operto está al frente de la sala de teatro independiente La Nave (San Lorenzo 1383), donde actualmente dirige la obra “Cita a ciegas”, inspirada en Jorge Luis Borges. Fue notorio el rechazo que la izquierda cultural tuvo con el escritor en la década del 60 y 70. Consultado sobre los prejuicios que el escritor de El Aleph suscitó en el movimiento popular, Operto dice: “Creo que sigue existiendo un prejuicio con Borges, pero ha sido recuperado por su calidad literaria. Pero su rechazo político sigue existiendo. Es más fuerte el Borges escritor, símbolo de una literatura nacional que sus ideas políticas, que a veces no iban más allá de un chiste o de algunas visitas un poco difíciles, como sentarse a tomar un té con el propio Pinochet.

Las tablas políticas

“El teatro político siempre existió, pero en la década del 60, 70 fue necesario encararlo, era la época de Vietnam. Había un director en Buenos Aires, Jaime Kogan, que dejó una huella muy grande, fue fundador del teatro Payró, que todavía subsiste. Y en el año 68 él sintió la necesidad de crear un teatro político que respondiera a la coyuntura. Convocó a cuatro dramaturgos de ese momento: Ricardo Monti, Alberto Adellach, Rodolfo Walsh y yo. Walsh comenzó a hacer la versión teatral de Operación Masacre. Luego la Triple A puso una bomba y el proyecto quedó trunco.

El teatro político fue una coyuntura (en la Argentina vivimos de coyuntura en coyuntura); más que artístico tenía un objetivo político: acompañar los procesos que estaban viviendo las mayorías populares”.

—La premisa política precede a lo artístico; ¿esto no va en detrimento de la obra?

“Tratábamos de que no sea así. Y tenés ejemplos como Bertold Bretch. Lo artístico está presente siempre. Si no, se transformaría en una tribuna política. Hoy sigo haciendo un teatro político de reflexión, que sorprenda al espectador, que lo descubra ser pensante, que descubra las emociones, los lazos de solidaridad rotos. Eso es político también”.

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