Dalí, la solución final y la creación del Estado de Israel
El Teatro Museo Dalí, en Barcelona, muestra la sensibilidad y humanidad del artista con sus obras en conmemoración del 20º aniversario del nacimiento del Estado israelí. Por Carlos Duclós, enviado de Conclusión.
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- May 19, 2016
Por Carlos Duclós (enviado especial)
Allí está, pequeño, a unos pocos kilómetros de Barcelona, y con ese aire pintoresco que le dan sus calles angostas y sus construcciones antiguas. De no haber sido porque allí nació el genio de Dalí, quien además dejó en él parte de su legado y hasta sus propios despojos, esos que contuvieron al incomparable talento, Figueres jamás hubiera sido conocido por el mundo. Pero por allí pasan alemanes, japoneses, chinos, norteamericanos, argentinos, franceses y cientos de miles de personas de muchas otras nacionalidades que no quieren perderse el observar las obras que el catalán quiso que quedaran en el museo que fundó, junto con su esposa Gala, sobre las ruinas de un teatro de Figueres.
Dalí no es sólo el excéntrico artista, incomprendido a veces, que la mayoría del mundo conoce. En el Teatro Museo Dalí, como en otros lugares donde vive su obra, el pintor también muestra su sensibilidad, toda su humanidad concreta que cobra mayor intensidad y sentido en esos trazos que dan vida a las pinturas que conforman la muestra Aliyah (Emigración a la Tierra Prometida) creadas en el año 1968 para conmemorar el 20 aniversario de la creación del Estado de Israel.
Las imágenes, hechas en técnica mixta, fueron publicadas como reproducciones en un libro cuyo prólogo le pertenece a David Ben Gurión, el célebre líder judío que bien puede ser calificado como el Moisés del siglo veinte.
Las obras de Dalí sobre el Holocausto y la emigración del pueblo judío a la Tierra Prometida, sensibilizan, conmueven y para el ojo agudo de un corazón sensible son catapultas a la reflexión sobre la angustia humana por un lado y la locura de la destrucción por otro.
En el “Muro de los Lamentos”, por ejemplo, todos los orantes están de espaldas al observador, pero con todo, éste puede
mirar (sin ver) los rostros angustiados, pero esperanzados; las miradas suplicantes al “Unico y Eterno” Dios de Israel.
¿Cómo no emocionarse ante esos “rostros sin rostros” que penden de los alambres de púas de los campos de exterminio? Los seres humanos allí han perdido su identidad, su yo y su nombre. Lo han perdido todo, hasta sus seres amados, y sólo son entes marcados por un número. Dalí lo siente, lo percibe, y lo refleja de una manera que sólo puede ser reflejada por un genio. En su pintura flota la angustia, la soledad y la eterna pregunta ante la adversidad entre todas las adversidades: ¿por qué?
El horror del nazismo, creador de sangre derramada y muerte, es proverbial en otra de sus obras en la que se advierte una esvástica que se diluye en sangre vertida sobre un cuerpo yaciente, mientras una figura humana está allí, de negro, pensativa, sobre el oscuro destino que le toca a ciertos hombres.
Dalí interpreta en este trabajo, el destino del hombre pisoteado, humillado, despojado de toda su dignidad, convertido en menos que nada; un hombre inocente que aún hoy sigue siendo enviado, en muchas partes de este mundo, a los campos de exterminios que no tienen cámaras de gas, que no pertenecen a un espacio específico ni tienen alambrados electrificados, pero que siguen matando.
Sin embargo, siempre habrá para el hombre de fe, esperanzado, comprometido y tenaz, un Elihau Golomb que lo traslade a una vida mejor.
(Las imágenes que acompañan a esta nota, fueron tomadas en el Teatro Museo Dalí, de Figueres, por Conclusión)