Ojos Bien Abiertos
Flor Vizzi- @conjetural en Twitter
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- May 4, 2015
«Sara Facio, fotógrafa gatuna, merodea sigilosa alrededor de la presa e intuye la fracción de segundo en que debe capturarla o todo está perdido.» (M. E. Walsh)
Emblemática, autoritaria y provocadora, son algunos de los tantos adjetivos que suelen preceder o suceder el nombre Sara Facio.
Es probable que algunos sean muy apropiados y otros en cambio, absolutamente erróneos.
Lo cierto, lo que no tiene discusión, es que la historia de la fotografía argentina y latinoamericana nunca podrá ser contada sin pasar por ese nombre. Su labor, su trayectoria, han cambiado el pulso de la disciplina en nuestro país y han abierto incontables caminos para quienes se dedican a ella.
Su lente ha sido testigo de algunos de los sucesos políticos más trascendentes de nuestro país. Las
imágenes del retorno de Perón a la Argentina, y de sus funerales poco tiempo después, que han dado la vuelta al mundo, constituyen, hasta el día de hoy, algunos de los símbolos más poderosos de esos convulsionados años de la vida política argentina y de la profunda relación del líder con su pueblo. Y todo esto viniendo de alguien a quien no podría tildarse exactamente de peronista.
De igual modo, la serie de retratos de escritores latinoamericanos se han convertido en referencia señera. Esa imágenes icónicas, esas fotografías que para miles de personas han sido el primer contacto, la primera visión de esos autores que formaban parte del boom de la literatura latina en una época en que la imagen no era de fácil acceso al público masivo.
Nacida en San Isidro, en 1932, Sara fue una niña de papá, mimada y consentida. Pero su perfil no daba con los cánones de la época. Así, luego de recibirse de profesora de Bellas Artes, en lugar de casarse y convertirse en una buena burguesa, obtuvo la beca “Etudiant Patroné pour le Governemont de France ”, junto a su compañera de estudios, Alicia D’Amico y, con la excusa de escribir un libro sobre historia del arte, partió hacia Francia en un viaje que cambió su vida.
“Me paré frente a mi padre y le dije: “Me gané una beca y me voy a París. Vengo a pedirte permiso formal pero te adelanto que, si no me lo das, me voy igual”. El me miró, y después de un momento de reflexión, preguntó: “¿Te vas a portar como una Facio?” ¡Por supuesto!, respondí. Y partimos con Alicia.”
Aquel viaje, que se suponía que duraría tres meses, y se extendió, en cambio, por un año y medio, se convirtió en un peregrinar por las grandes capitales europeas, por sus museos, galerías, espectáculos.… París, Madrid, Londres… Pero fue en Berlín dónde conocieron algo que en Europa ya estaba muy de moda, la “Fotografía Subjetiva”. Luego de visitar una muestra curada por Otto Steinert, y sorprenderse por el uso de los desenfoques, las fotos movidas intencionalmente, el uso poco convencional de la luz, Sara salió comprendiendo que la fotografía es un arte. Compraron, con Alicia, sendas cámaras y ese fue el comienzo de una sociedad que duró más de 25 años.
Fue en París, también, dónde Sara tuvo un primer encuentro con María Elena Walsh, quien, muchos años después, se convertiría en su compañera de toda la vida.
A su regreso a Buenos Aires, Sara Facio ya no quería pintar. Sólo una cosa se había constituido en el eje de su vida, la fotografía. Junto a Alicia D’Amico se convirtieron en asistentes de Annemarie Heinrich, la gran fotógrafa y retratista alemana naturalizada argentina, responsable de los retratros de todos los artistas del mundo de espectáculo de aquella época, y, a la vez, comenzaron a trabajar junto al padre de Alicia quien tenía un estudio de fotografía y se especializaba en comuniones y bautismos.
Pero ésta fotógrafa, licenciada en Artes, que había estudiado en París, iluminaba y componía de tal forma que los clientes quedaban fascinados con su trabajo. Al mismo tiempo, comenzó a ganar premios en el Foto Club de Buenos Aires, y al poco tiempo, ya formaba parte de la comisión directiva.
El diario La Prensa les propuso trabajar como reporteras gráficas, pero la propuesta tuvo dos condiciones: publicar sin firmas, porque eran mujeres, y sin cobrar un peso, porque debería ser un honor para ellas trabajar para el diario.
Fiel a su estilo frontal, Facio le respondió que la esclavitud en Argentina se había abolido en 1813, y se fue a hablar con Ignacio Ezcurra, famosos reportero gráfico argentino, muerto en Vietnam, que les facilitó la entrada en el Diario La Nación.
A la par de esas ocupaciones, promediando la década del 60, surgió la idea que luego se convertiría en unos de los primeros libros puramente fotográficos editados en nuestro país, “Buenos Aires, Buenos Aires”
Precursora en la Argentina del ensayo fotográfico, un trabajo libre de ataduras, sólo pensado para expresarse, para contar historias, Sara, junto a Alicia, se montaba en un Fiat 600, para recorrer la ciudad y hacer algo que no se había hecho antes, narrar la esencia de Buenos Aires, el alma porteña, a partir de gente común. La Editorial Sudamericana se interesó en publicar el libro, pero con la exigencia que un escritor, designado por la editorial, escribiera algunos textos, puesto que, en aquellos años, no se concebía un libro exclusivo de fotografía.
La editorial sugirió, nada más y nada menos, que a Julio Córtazar, quien pidió ver las fotos. “Se lo llevamos nosotras”, dijeron, y partieron nuevamente rumbo a París, como hacía algunos años, pero esta vez, con un panorama totalmente diferente.
Ese encuentro en París, de la fotógrafa y el escritor, es casi una leyenda. Cortázar era un gran aficionado a la fotografía, y nada más ver las primeras imágenes del futuro libro, aceptó la propuesta.
En esa reunión, al caer la noche, en el departamento del escritor, apenas iluminado con un foco, Sara tomó el legendario retrato con el que luego, el mundo, lo conocería. Esa foto, con el cigarrillo apagado en la boca, a 45 grados, y Cortázar mirando a la cámara. Una representación de un hombre, pero también de un artista, de una forma de crear y ver el mundo.
Esa toma, objeto de una pequeña polémica entre fotógrafa y literato, ya que, según cuenta ella misma, Cortázar decía que había muy poca luz y que tendría que usar el flash. Sara respondió que tenía muchas asas y Julio objetó “muchas asas no es bueno”. “Usted dedíquese a escribir, que de las fotos me encargo yo”, le replicó con esa característica falta de “delicadezas”, que tantas críticas le ha valido. Esa toma, fue la que él mismo eligió, entre muchas otras, para distribuir a editoriales, diarios y revistas… para que el mundo entero lo conociera.
Y también, esa toma, fue, probablemente el germen del monumental trabajo posterior, de uno de los legados más importantes de Sara Facio.
El contexto cultural y político de la década del 60 y principios de los 70, el auge de la literatura latinoamericana, comprometida con su entorno y su tiempo, la aparición de diversas publicaciones culturales que abría el juego en un sentido más popular, propició el éxito del proyecto. Así surgió la idea de retratar a escritores de América Latina, los consagrados y los que estuvieran por venir.
Bajo su Leica desfilaron Cabrera Infante, Manuel Mujica Lainez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional, Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda en Isla Negra, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Nicanor Parra, entre tantos, tantos otros.
Lo novedoso era la forma de encarar el proyecto. El trabajo no consistía en ir, realizar el retrato y a otra cosa. En el caso de Pablo Neruda, se instaló un mes en Isla Negra conviviendo con Pablo y Matilde, compartiendo momentos íntimos y tertulias amistosas y políticas. Allí obtuvo también maravillosas tomas de Salvador Allende.
Con cada uno de los escritores Sara y Alicia realizaban el mismo ritual, compartían todo el tiempo que les fuera posible y permitido. Se instalaban cerca de sus viviendas, asistían a charlas, reuniones, fiestas, y realizaban entrevistas muy cercanas también. El devenir de esa intimidad es lo que se hace palpable en esos retratos, la relación de adoración de Borges con los libros, la inigualable imagen de Manucho Mujica Laínez con el monóculo, los tantos retratos de Cortázar en Paris. La lista es casi inabarcable. Lo que esas fotografías contienen es, aunque suene trillado, el alma de los retratados.
Por supuesto que María Elena Walsh ocupó un lugar de privilegio en esos retratos, los más de treinta años compartidos, fruto de una profunda historia de amor, son el argumento del libro María Elena Walsh- Retrato(s) de una artista libre .
Una artista generosa
Cuando se habla de Sara Facio se habla de la fundadora de la Editorial La Azotea, la primer editorial fotográfica del continente, (junto a la fotográfa guatemalteca María Cristina Orive, en el año 1973), de la creadora de la Fotogalería del Teatro General San Martín, por la cual pasaron más de 160 muestras de fotógrafos nacionales y latinoamericanos, de la talla de Adriana Lestido, el brasilero Sebatiao Salgado, o la mexicana Tina Modotti. Artistas que, de no ser por ese empeño y generosa tozudez para difundir, mostrar y dar a conocer, nunca hubieran estado al alcance de nuestras manos.
Fue la creadora de la primera Colección Fotográfica de Patrimonio Nacional, en el Museo Nacional de Buenos Aires, en base a donaciones privadas propias y a una intensa gestión para que otros fotógrafos del país y del mundo realizaran donaciones.
A partir de su influencia y su gestión docente y pedagógica, la fotografía, como disciplina artística ha ocupado un nuevo, digno lugar de privilegio en los ámbitos culturales de nuestro país.
Generosa además, con sus colegas contemporáneos, a través de la editorial y de su trabajo cotidiano, Sara Facio ha sido una especie de madre universal para cientos de fotógrafos para los que ha abierto camino.
Y su legado, superará ampliamente los más de quince libros de su autoría, los innumerables premios obtenidos, los cargos ocupados y muestras realizadas. Su legado será esa nueva forma de mirar, de intuir una imagen, de estremecer con luces y sombras, de tejer historias sin palabras, esa puerta universal a todas las almas a través de algunas almas, de Piazzolla, semiescondido tras su bandoneón, de Pablo y Matilde con el mar de fondo, de los muchachos peronistas llorando junto al titular de un diario, de una mujer perdida en una marea de granaderos o de una humanidad perdida tras los locos muros de la cordura.