Calle Salta: el relato en primera persona
A tres años de la explosión del edificio ubicado en calle Salta 2141, debido a un escape de gas que se cobró el sueño de 22 personas, Claudia Vaio, mamá de Santiago Laguía, víctima de la tragedia, relató en mano a mano con Conclusión cómo fue ese día en su vida.
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- Ago 6, 2016
Por Julián Pinto
Santiago falleció en la explosión de calle Salta, lo encontraron el último día (según dicen), aunque yo tengo muchas dudas, pero bueno, ya está, nadie me lo va a devolver.
Esa mañana me levanté, vino mi hija y mi celular no paraba de sonar. Al instante me dijo: ‘¡mamá! me están dele llamar por teléfono, son los compañeros de Santi. El ‘Pela’, ‘Carli’, ‘Kui’, todos los amigos preguntando dónde está él, cómo está el gordo’… Yo no entendía nada.
Todos los días encendía el televisor, pero por cosas del destino no lo prendí. No me preguntes por qué. Todos los santos días vivo con el aparato prendido.
Entonces le contesté, en medio de tanto alboroto, pidiéndole que les diga a sus compañeros que ‘Santi estaba estudiando, se encontraba en Rosario, no se iba a volver el fin de semana debido a que rendiría ese jueves la penúltima materia’. Él estudiaba medicina, estaba en el último año. Ya había tenido su fiesta.
Hasta que nos llamó uno de sus amigos y nos dijo lo que había pasado… ahí prendí la tele y vi.
Creí que se me había caído el mundo encima, porque me di cuenta que era el edificio donde vivía él, en el instante logré percibirlo. Entonces, lo primero que hice fue llamar al padre mientras mi hija se comunicaba con los amigos queriendo averiguar qué era lo que pasaba, a pesar de que todos le daban la misma respuesta: ‘No sabemos; no sabemos dónde es; estamos yendo para allá’.
Su papá se encontraba viajando a La Plata, como todos los martes desde hace casi treinta años, y le transmití lo que estaba sucediendo. Dio media vuelta y se vino para Rosario.
Me llamó él otra vez y me comentó que había dialogado con la administradora del edificio, asegurando que no teníamos por qué preocuparnos, ya que únicamente había fuego en el segundo piso. Santi estaba en el octavo. Yo le creí a mi ex esposo, pero cuando miraba la pantalla me encontraba con otra realidad totalmente distinta. Cada vez era más grande lo que se percibía. Uno de los canales televisivos titulaba que ‘algo había explotado’, no pudiendo distinguir de esta manera que ocurrió verdaderamente.
Al no entender nada le dije a Maca (hermana de Santiago): ‘Vámonos’. Agarré el auto y no llevé ni siquiera la cartera. Salimos como estábamos en ese instante para no perder tiempo; únicamente con el teléfono móvil que no paraba de sonar.
Mi cuñada me llamó diciéndome que ‘ni se me ocurriera ir sola en el auto con Maca, que debíamos esperar e ir todos juntos’. Los pasamos a buscar y nos acercamos a la ciudad con mi ahijado, que es abogado, y mi ex cuñada. Nos vinimos con ellos.
Cuando llegamos a calle Oroño y ‘aquella’, calle que no pude identificar porque se encontraba cortada, vi el tumulto de gente posicionada en el supermercado La Gallega.
Yo desde allí veía el departamento de mi hijo. Desde la plazoleta percibía la vivienda intacta. Tenía solamente el aire acondicionado colgando, pero su departamento se encontraba en pie, y yo lograba distinguir alguien allí. Le gritaba pensando que era Santi, y no.
Eso fue un martes y yo estuve hasta el lunes en el Cemar sin dormir, no sabía si comía o si no; no sabía ni dónde estaba parada. Lo único que tenía en claro era que yo buscaba a mi hijo. Lo busqué, lo busqué, y lo busqué, y di con el Padre Ignacio.
Me llamaba el Padre e iba, me daban cruces, recibía el apoyo de la gente, me regalaban estampitas, me enviaban todo tipo de cosas.
Al principio tuve muchas esperanzas, hasta que llegó un día que dije ‘bueno, dejo de buscar’, porque siempre salía en busca de Santiago, todas las noches antes de volverme al Cemar a esperar las noticias que venían a darnos.
Todas las noches me dirigía a la plaza de la terminal de ómnibus, porque el Padre Ignacio me dijo que allí era donde tenía que buscarlo. En esa plaza o en lugares verdes con agua. Nos recorríamos todo.
Santi tuvo una novia durante cuatro años, quien falleció en el 2010 en un accidente automovilístico, justo el mismo día que él se mudó al departamento. La hermana de esa chica es paramédica, estuvo presente en la tragedia de calle Salta y nos prestó su auto para poder buscarlo por todos lados.
La gente organizaba caminatas de búsqueda, armaban horarios y salían a dar una mano cómo podían, mucho de ellos jovenes, con patinetas, bicicletas, a pie, era algo que no se podía creer.
Ahí no había buenos ni malos, negros ni blancos, hinchas de Newell’s ni de Central, no había nada, eran todos uno con carteles de Santi.
Y un día, a pesar de que el Padre Ignacio me insistía, yo dije ‘no, basta, Santi ya no está más’.
Como no lo encontraban, el sábado una chica que viajó desde Pergamino, me trajo ropa de Santi que estaba en mi casa para que los perros puedan olfatearla.
El domingo vinieron a avisarme. Yo igual ya sabía porque mi sobrino me dijo que allí encontraron dos cuerpos y que uno de ellos era Santiago.
Ya el viernes a la noche no sentía más que Santi estuviese con vida, era algo interno que me pasaba, y hasta ese día tuve esperanza.
Cuando se fue Santi el corazón de él se detuvo, pero a mí se me detuvo el reloj ese día y a esa hora. Para mí el 6 de agosto del año 2013, desde las 9.38, hasta tres años más tarde, todos los días son iguales.
Pero yo tengo una hija, y ella es mi tutor, como una plantita cuando le ponen su tutor, eso es mi hija. En ella está Santi también, con la diferencia que mi hija está viva, no puedo quedarme.
Acá no tenés muchas opciones cuando te suceden estas cosas. O te tiras en una cama y no te levantas más, o seguís como podés…
No tengo palabras para describir lo que fue Rosario conmigo, fueron tan solidarios con todo lo que pasó, convocando a su vez gran cantidad de personas en la primera marcha, y hoy, pasado ya tres años, son muy pocos los que siguen luchando, pero siguen.