«Yo te compré, pagué y ahora sos mía»
Del abuso infantil a la explotación y trata. Una dolorosa historia que encadena estragos y consecuencias de la violencia de género. Segunda parte de un relato estremecedor.
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- Sep 9, 2016
por Florencia Vizzi
Segunda parte de la entrevista con Elizabeth, una víctima de violencia de género durante años, hasta el punto de ser prostituida por su marido. Aquí relata su historia que se ha convertido en un caso testigo.
Habiendo sufrido todo tipo de violencias, golpes, abandono, torturas, humillaciones, Elizabeth fue maltratada desde sus primeros años de vida, ha cambiado de maltratadores, pero no ha tenido oportunidad de asomarse a otro tipo de existencia.
El principio del fin
“Durante todo el tiempo que estuvimos juntos, siempre me repetía que yo tenía una deuda con él por todo lo que había invertido en mí, la casa que teníamos y la vida que me daba. Que yo le debía por todo eso. A pesar de que ‘todo eso’ que teníamos, lo hizo sobre mi cuerpo”.
“Después me empezó a exigir hijos y yo creí que eso podía cambiar las cosas, que si teníamos hijos, ya no iba a tener que prostituirme más. Y pensé que a lo mejor ahora podía tener la posibilidad de empezar a vivir una vida un poco más normal. Pero esa esperanza se esfumó. Él se volvió más y más violento, me violaba cada vez que quería tener sexo, usaba prótesis, aparatos, me obligaba a hacer cosas espantosas”.
“Sacaba a todo el mundo de la casa y se dedicaba a pegarme. Una vez empezó a ahorcarme y yo sentía que me iba, no tenía aire… creí que me moría. Llegaron mis hijas a casa y se encontraron con eso. Y él les dijo que estábamos jugando… pero te juro que yo pensé que me mataba. Si ellas no llegaban, me mataba”.
“En esa época empecé a dormir con un cuchillo debajo de la almohada, porque tenía miedo de que me hiciera algo, a mí o a mis hijos mientras dormíamos, porque a medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraban. Uno de los embarazos lo perdí porque me dio un patadón en el estómago con una fuerza tal que salí volando y me estampó contra el ropero. Con otra paliza perdí a uno de mis mellizos. Estaba embarazada y una vez, después de pegarme varias trompadas, me empujó contra el bidet del baño y me golpeé de lleno en la panza. Estaba de seis meses, se me adelantó el parto y uno de ellos falleció. Esa última vez, sin que yo lo supiera, hizo un arreglo en el sanatorio y pagó para que me ligaran las trompas. Sin mi consentimiento. Me dijo que él se iba a ocupar de que yo no sirviera más para nada ni para nadie”.
Varias veces durante su relato Elizabeth repite que pidió ayuda, pero nunca la recibió. Solicitó auxilio a su madre y su familia, pero la rechazaban y le decían que no la podían recibir, que ella era una muerta de hambre y que se quedara donde estaba. A su cuñada, que cuando perdió el bebé que estaba esperando a causa de la golpiza que le propinó su marido, la amenazó con denunciarla por haber abortado. Y las veces que se animó a denunciar, terminaba retirando la denuncia porque todo empeoraba.
“Una madrugada se fue a trabajar, y cerró todo, trabó las puertas y las ventanas y abrió todas las llaves de gas. Cuando me desperté tuve que romper un ventiluz con ayuda de mi hija para poder salir… Después de eso lo denuncié”.
“Pero cuando le llegó la citación, vino, me llevó al living y me dijo: ‘Ahora arrodillate, y sacó un revólver, me lo puso en la cabeza y empezó a gatillar mientras me decía: ‘Esto te va a pasar a vos y a todos tus hijos si no vas a retirar la denuncia ahora mismo’. Y yo salí corriendo y levanté la denuncia. Total, cuando denunciaba no pasaba nada.”
“Todo por amor”
“Después conocí a un muchacho… un muchacho que me hacía bien. Me trataba bien, me cuidaba. Pensé que por fin alguien bueno se interesaba por mí. Basilio sabía de esa relación, pero mientras yo no me moviera de su lado a él no le importaba”.
“Como mi mamá se enfermó, yo empecé a viajar más seguido a Rosario, así que a veces nos encontrábamos aquí. De hecho, alquilé un lugar para que él pudiera quedarse. Él se ponía como loco cuando yo llegaba con marcas y moretones. Me decía que lo iba a matar… pero yo pensaba que era una de esas cosas que a veces uno dice por el enojo, no porque lo piensa de verdad”.
“Una de esas veces en que mi mamá estaba internada y yo la cuidaba en Rosario, me mandó a buscar, diciendo que había tenido un infarto y que estaba muy mal. Así que me fui volando para allá, pero cuando llegué me encontré con otra cosa”.
“Apenas llegué a casa me empezó a pegar tanto, ¡como nunca! Se había enojado porque había gastado mucha plata para las fiestas. Traté de irme, le dije que me iba y que no me iba a ver nunca más, pero me sacó las llaves y me encerró en la casa. Cuando pude, lo llamé a mi hermano y le pedí que me vaya a buscar y me traiga a Rosario. Pero cuando mi hermano llegó a buscarme, él dijo que no me dejaba venir sola y se vino con nosotros”.
“En ese tiempo, uno de sus hijos estaba trabajando en Arroyo Seco, así que decidió alquilar una casa allí, trabajando con él para quedarse mientras mi mamá estaba internada. Al día siguiente de llegar con él y mi hermano a Rosario, me encontré con Fernando, el hombre que salía conmigo. Él enloqueció cuando me vio toda golpeada, porque yo tenía todos los moretones de la última paliza que había dado. Me miraba y me decía: ‘Esto no puede pasar más, esto se tiene que terminar’. Yo le pedí que se calme, le dije que ya estaba bien y que esto también iba a pasar”.
El final se desencadenó de repente. La madrugada del 10 de enero, Elizabeth y su marido Basilio fueron a buscar a sus hijos más pequeños que estaban al cuidado de una de las hermanas de la mujer, en el límite norte de Barrio Fisherton, en Acevedo y Schweitzer. Basilio manejaba su camioneta Chevrolet S-10 de doble cabina y se quedó allí mientras su mujer se bajó a buscar a sus hijos. Cuando ella entró a la casa, dos hombres se acercaron hasta la camioneta en una moto y le dispararon a Basilio en la sien, quien murió en el acto.
“Cuando salí con el más chico en brazos, lo veo como dormido. Y le toqué la cabeza para despertarlo, y ahí veo que estaba chorreando sangre. Entonces entendí. Porque unas horas antes, había recibido un mensaje de Fernando que decía: “Todo lo que hago lo hago por amor”.
Durante la entrevista, Elizabeth volvió una y otra vez a los últimos días y al juicio, en el que fue acusada de instigadora. “Yo no sabía nada de lo que iba a pasar, los vecinos empezaron a decirme que los que le habían disparado eran mi sobrino Gabriel y Fernando. Yo volví a Buenos Aires, para velarlo. Pero cuando llegué a casa me agarró como un ataque de locura y me tome una gran cantidad de pastillas, con un líquido que yo usaba para hacer las uñas esculpidas, un líquido con polímero y ácidos y casi me muero. Es como tomar La Gotita, y se me pegó en la traquea y en la garganta. Me internaron y cuando me desperté, estaba esposada”.
Ante la pregunta de rigor, Elizabeth responde que no planeó el asesinato de su esposo y que no tuvo nada que ver con el mismo. “Nunca se me cruzó por la cabeza algo así. Yo siempre conté la verdad, que tenía una relación con Fernando, que estábamos enamorados y que yo le había alquilado una casa acá en Rosario. No lo negué en ningún momento. Pero no tuve nada que ver con la muerte de Basilio”.
Elizabeth cumple 19 años de condena en la Unidad Penal N° 5 de Rosario por el delito de homicidio calificado por el vínculo en calidad de partícipe primario.
Pero ya había sido condenada mucho años antes, cuando era una niña de pocos años de edad, recibiendo golpes en un rincón.
Leé la primera parte de la nota